«L’Uruguaiano» di Copi / 1

redazione Racconti, SUR, Traduzione

L’Uruguayen (Christian Bourgois, Paris, 1972) è il primo romanzo pubblicato da Copi, nom de plume di Raúl Damonte Botana. Nato a Buenos Aires in una famiglia francofona, trascorse quasi tutta la sua infanzia a Montevideo e dopo essersi insediato a Parigi nel 1962 scrisse quasi tutte le sue opere in francese (salvo il romanzo La vida es un tango e l’opera teatrale Cachafaz).
Come dice lui stesso nell’incipit di un testo del 1984: «Me exprimo a veces en mi lingua materna, la argentina, y con frecuencia en mi lingua amante, la francesa».
Tenendo conto di questa particolarità linguistica, per la rubrica Testo a fronte pubblichiamo oggi una traduzione italiana condotta sulla traduzione spagnola (di Enrique Vila-Matas); prossimamente presenteremo anche una traduzione italiana condotta sul testo originale di Copi in francese.

 

L’Uruguayen
di Copitraduzione dal francese di Enrique Vila-MatasQuerido Maestro:

Sin duda le sorprenderá recibir noticias mías desde una ciudad tan lejana como Montevideo. La razón por la que me encuentro aquí, confesémoslo de entrada, se me escapa. Si me permito dirigirle esta carta, sin duda irritante, es más por ser leído por usted que por lo que le voy a contar: no lo ofenderé pensando que mi historia le interesa más que a mí. Le estaré, pues, muy agradecido si saca del bolsillo su estilográfica y tacha, a medida que vaya leyendo, todo lo que voy a escribir. Gracias a este simple artificio, al término de la lectura le quedará en la memoria tan poco de este libro como a mí, puesto que, como probablemente ya habrá sospechado, prácticamente ya no tengo memoria. Lo imagino dudando, con su estilográfica en la mano, al ver que la frase anterior presenta varios ejes a partir de los cuales puede empezar a tachar; yo dudo como usted. Dejo esta decisión a su libre arbitrio. Escribiendo me doy cuenta de que ciertas frases me quedan extrañas, como esta última (dejo esta decisión, etcétera) sin duda porque, en los últimos tiempos, he practicado mucho más la lengua que se habla en este lugar que el francés y probablemente volver a un lenguaje normal me es más difícil de lo que creía. Le ruego, pues, que excuse alguno de mis giros. El país se llama República Oriental del Uruguay. Y el Uruguay, siendo naturalmente un río que está al occidente de la República, es un nombre que, en indio, podría traducirse por la República (URU) está en Oriente (GUAY). Aquí tiene la primera cosa rara. La segunda es esta: la ciudad se llama Montevideo y ellos te explican tranquilamente que esto en portugués quiere decir: he visto el monte1. Sigo escribiendo y doy por supuesto que ha leído y tachado esta llamada, lo que no siempre es seguro, ya que hay una cierta categoría de lectores —lejos de mí el censurarlos— que leen al final de la página todas las llamadas a la vez. Estoy seguro que le habrá molestado que emprendiera solo tan largo viaje. Debería, lo sé muy bien, haberlo llevado conmigo en lugar de huir como un ladrón. Ya está hecho y aprovecho para confesarle que lo que me asqueaba de usted (y lo que habría hecho insoportable su compañía en este viaje) es su manía de detenerse a cada momento para tomar notas de lo que ve, como en nuestro viaje a Normandía al término de mis estudios. Antes lo toleraba, ahora esto francamente me rompería los huevos. Tache con rabia. Al entrar en el puerto no dejas de ver el monte que domina la ciudad. Es una convención: el monte no ha existido nunca. La mierdecita de perro que llevaba conmigo no dejó de gritar junto a los otros turistas: ¡Montevideo! al ver no sé qué naranja que flotaba entre dos aguas igual de aceitosas. Sé que aquí ha tachado con melancolía. Naranja entre dos aguas aceitosas… y se imagina ya el monte y se dice: es como si realmente lo hubiera visto. ¡Ah, cómo sigo el ritmo de su estilográfica cuando tacha mis frases! ¡Querido Maestro! Llora, viejo boludo, nunca más estaré contigo. No impide que Montevideo sea agradable. Las calles, los espacios verdes, la arena, el mar. No tengo más ganas de escribir. Me desalienta estar tan lejos de usted. Nunca sabré en qué momento leerá estas palabras ni dónde estaré yo entonces. Prométame que hasta ahora lo ha tachado todo. Hasta mañana, a sus pies. Copi. Hoy no tengo ningunas ganas de escribirle. Voy a pasearme por las dunas con mi perro Lambetta, lanzaré trozos de madera seca entre las olas y él estará encantado de ir a buscarlas y devolvérmelas bien mojadas. Somos bastantes los que hacemos esto, pero es tan grande el espacio, que no nos molestamos entre nosotros. Los perros nos molestan únicamente cuando, justo a nuestro lado, se sacuden el agua que les ha quedado adherida en el pelaje; yo no sé si ha estado alguna vez al lado de un perro mojado que se sacude, es como una lluvia de lo más irritante y molesta; te hace ponderar el contrapeso del placer que se experimenta al lanzar un trozo de madera entre las olas. Les gusta también un juego muy singular que consiste en correr a lo largo de la línea de demarcación entre el mar y la arena, ora mojándo se las patas, ora hundiéndolas brevemente en la arena que se adhiere a dichas patas gracias al agua de la que están mojadas, siendo lavada dicha arena por el agua del mar apenas ellos la han rozado, y así sucesivamente, a veces en parejas (los perros) y a veces solos. Pero aquí me detengo porque esto deviene rápidamente sistemático. Usted me dirá ahora: olvídese de los perros, siéntese sobre una duna, encienda un cigarrillo haciendo paraviento contra el viento con las manos en bocina y piense en otra cosa. Sospecho que usted tuvo un perro en su juventud, es una típica idea de un amo de perro, Maestro. Pelotudo. Sospecho que incluso va a tachar todos los insultos de esta carta antes de releerla. No le va a quedar nada de ella, sabe usted. Pelotudo. He tachado por mí mismo todo lo que sigue a la palabra Copi. No he encontrado mi lenguaje de ayer. Voy a pasearme. Aquí las gentes están dispuestas de manera diferente según los barrios (un barrio se llama un cuarto, que quiere decir también dormitorio). Hay cuartos en los que no hay ni casas y que me parecen los más interesantes, ya que la disposición de las gentes (gentes: jujo en uruguayo) parece la más movible. Cada persona ocupa un lugar en un barrio cualquiera de la ciudad, pero sus lugares varían considerablemente de dimensión. Por ejemplo un árbol puede ser un lugar lo mismo que un metro cuadrado de acera, dos metros cuadrados de acera, una plaza en un automóvil, e incluso un caballo entero o parte de este caballo; en fin, todo puede ser un lugar desde el momento en que ellos pueden darle un nombre. Y esto no les cuesta nada, créame. No paran de inventarse palabras que les pasan por la cabeza. Si uno de ellos me viera escribir en este momento (para escribir me escondo) podría inventar una palabra con la que nombrar mi cuaderno, mi estilográfica y a mí mismo (digo podría, pero estoy seguro de que lo haría) y esta palabra se convertiría automáticamente en un lugar que él ocuparía en el acto, dejándome, en cierta forma, fuera. Un lugar se ocupa o bien físicamente (en el caso que acabo de citar esto habría sido imposible, evidentemente) o bien sintiéndolo. Hay una palabra para decir me siento en mi lugar y ésta es precisamente el nombre de la ciudad: Montevideo. A veces se encuentran en situaciones totalmente ridículas, por ejemplo en aquel caso en el que varios de ellos gritaban a la vez Montevideo. Eso, para ellos, define un barrio y se ven obligados a explicar el lugar de cada uno para poder inmediatamente delimitar el barrio. La mayoría de las veces sus discusiones no conducen a nada (sospecho que mienten bastante a menudo, a pesar de que la palabra mentir no existe en su vocabulario) (de hecho no se sirven nunca de ningún verbo) puesto que todos pretenden tener siempre un lugar más grande (imponente) que el de su vecino, es decir, que su lugar comprende mayor número de elementos (por ejemplo, un pan, una mesa, una silla y un tenedor) que otro lugar que no tendría más que la mitad del pan (a menudo, además, el del vecino), un tenedor torcido y una pequeña punta de salchicha (la llaman sassassa), mientras que un tercer vecino pretende que su lugar comprende un pan, la mitad del pan (que ya se encuentra en litigio), el tenedor, la mitad de ese tenedor, un salchichón, un azúcar y un jardín, pongamos por caso. Incluso una vez escuché a uno que pretendía que su lugar comprendía el mar y la tierra, discutiendo con otro que aseguraba que su lugar comprendía todos los mares y todas las tierras, a lo que el primero respondió: ¡papá! que en uruguayo quiere decir (lo supe más tarde) la tierra (comprendiendo la tierra y todos los mares y todas las tierras) mientras que un tercero que hasta entonces había estado
callado gritó de pronto: ¡Sistema Solar! y un cuarto, en el mismo instante, dijo: ¡sississi! (sistema en uruguayo). Ellos consideraron evidente que había sido este último el que había ganado el barrio y los otros tuvieron que mudarse al campo. El que gana un barrio queda confinado en él para siempre, a menos que consiga escaparse, lo que es extremadamente difícil. Lo que más me molesta de ellos es que no huelen. Lambetta se siente perdido. Como no tiene nada que olfatear, finge que olfatea la arena y se inventa olores. Esto lo hizo en los primeros días, porque ahora me parece que ya no se acuerda de lo que es un olor, ya que no olfatea nada y el pobre se contenta únicamente con lo que ve, como la punta de madera que va y viene en su boca y en el aire indefinidamente entre mi mano derecha y el mar. No debí nunca llevar a mi perro conmigo, se siente muy desgraciado. Debería habérselo dejado a usted para que me lo guardara, Maestro. Hay tantas cosas a degustar con el olfato en su casa, sus viejas ropas, sus pedos, su balcón, la madera de su mesa, su propio olor, sus coles impregnándolo todo de ese olor impertinente que destilan mientras usted toma las últimas notas de una tranquila jornada de otoño, con su apetito abriéndose cada vez más, como una col, dentro de su estómago y con la saliva suelta en su boca cerrada. Le habría estado incluso agradecido, mi pobre Lambetta, si hubiera podido lamerle la mano izquierda sin impedirle esto escribir con la otra mano. Para ellos yo no soy nadie o casi nadie. Entre ellos ocurre lo mismo. Viven con el terror de que alguien deje de gritar Montevideo cuando lo gritan, pues se arriesgan a encontrarse con un barrio bajo el brazo, lo que para ellos es un deshonor, pues en ese momento cualquiera podría tomarlos como lugar, ya que se les considera muertos. Solamente (y esto es realmente delirante) pueden ser tomados enteros, nunca por partes. Si el barrio (es decir, el muerto) comprende un perro, una casita, un jardincito, una vajilla y quizá la muerte misma, nadie puede tomar la vajilla o el jardincito, etcétera, dejando el resto, debe tomarlo todo. Los lugares, a medida que la gente muere, se van haciendo cada vez más raros y complejos y hay lugares (muertos) que comprenden centenares de lugares (muertos) y nadie quiere tomarlos a menos de que se vea realmente forzado a ello, pues corres el riesgo de tener un barrio y por consiguiente estar muerto (!).

 

1 “Vide o Monte”, pues, aún aceptando explicación tan delirante, la ciudad debería llamarse Videomonte y no Montevideo.

L’uruguaiano
di Copi traduzione dallo spagnolo di Giuseppe Crupi 

Caro Maestro,

senza dubbio la sorprenderà ricevere mie notizie da una città così lontana come Montevideo. La ragione per cui mi trovo qui, diciamolo subito, mi sfugge. Se mi permetto di indirizzarle questa lettera, sicuramente irritante, è più per essere letto da lei che per quello che le racconterò: non la offenderò pensando che la mia storia possa interessarle più di quanto interessa a me. Le sarei grato, perciò, se tirasse fuori dal taschino la sua stilografica e cancellasse, mano a mano che procederà nella lettura, tutto quello che scriverò. Grazie a questo semplice artificio, terminata la lettura le rimarrà nella memoria così poco di questa lettera come del resto a me, considerando che, come certamente avrà sospettato, ormai non ho quasi più memoria. La immagino dubbioso, con la sua stilografica in mano, nel vedere che nella frase precedente ci sono vari punti a partire dai quali potrebbe iniziare a cancellare; io dubito come lei. Lascio questa decisione al suo libero arbitrio. Mentre scrivo mi rendo conto che certe frasi suonano strane, come quest’ultima (lascio questa decisione, ecc.), sicuramente perché, negli ultimi tempi, ho praticato molto di più la lingua che si parla in questo luogo che il francese e probabilmente tornare a un linguaggio normale mi è più difficile di quanto pensassi. La prego, quindi, di perdonare qualcuna delle mie espressioni. Il paese si chiama Repubblica Orientale dell’Uruguay. E l’Uruguay, essendo naturalmente un fiume che si trova a occidente della Repubblica, è un nome che, nella lingua degli indios, si potrebbe tradurre la Repubblica (URU) che sta a Oriente (GUAY). Questa è la prima stranezza. La seconda è questa: la città si chiama Montevideo e loro ti spiegano tranquillamente che in portoghese vuol dire: ho visto la montagna (1). Continuo a scrivere, dando per scontato che abbia letto e cancellato questa affermazione, il che non sempre è certo, poiché alcuni lettori – lungi da me il criticarli – sono abituati a leggere, alla fine della pagina, tutte le frasi in una volta. Sono certo che l’avrà infastidita che io abbia intrapreso da solo questo lungo viaggio. Avrei dovuto, lo riconosco, portarla con me invece di scappare come un ladro. Ma ormai è andata così e ne approfitto per confessarle che quello che mi disgusta di lei (cosa che avrebbe reso insopportabile la sua compagnia durante questo viaggio) è la sua mania di fermarsi a ogni occasione per prendere nota di quello che vede, come nel nostro viaggio in Normandia al termine dei miei studi. All’inizio lo sopportavo, adesso francamente mi romperebbe le palle. Cancelli con rabbia. Entrando nel porto non si smette di vedere la montagna che sovrasta la città. È una convenzione: la montagna non è mai esistita. La merdina di cane che portavo con me non la finiva di gridare insieme agli altri turisti: Montevideo!, vedendo non so quale arancia galleggiare tra due acque ugualmente oleose. So che qui ha cancellato con malinconia. Arancia tra due acque oleose … e già si immagina la montagna, pensando: è come se l’avessi vista veramente. Ah, come seguo il ritmo della sua stilografica quando cancella le mie frasi! Caro Maestro! Piangi, vecchio coglione, non starò mai più con te. Questo non impedisce che Montevideo sia gradevole. Le strade, gli spazi verdi, la sabbia, il mare. Non ho più voglia di scrivere. Mi rattrista stare così lontano da lei. Non saprò mai in quale momento leggerà queste parole, né dove mi troverò io allora. Mi giuri che finora ha cancellato tutto. A domani, ai suoi piedi. Copi. Oggi non ho nessuna voglia di scriverle. Vado a fare una passeggiata tra le dune con il mio cane Lambetta, lancerò pezzi di legno secco tra le onde e lui sarà felice di andare a prenderli per riportarmeli zuppi d’acqua. Lo facciamo in molti, ma lo spazio è così grande che non ci diamo fastidio l’uno con l’altro. I cani ci molestano soltanto quando, proprio al nostro fianco, si scuotono di dosso l’acqua che gli è rimasta attaccata al pelo; non so se qualche volta le è capitato di stare vicino a un cane fradicio che si scuote, è come una pioggia fastidiosa e irritante; ti fa riflettere sul contrappeso del piacere che si prova lanciando pezzi di legno tra le onde. A Lambetta, piace un altro gioco molto singolare che consiste nel correre lungo il bagnasciuga, bagnandosi le zampe, per poi affondarle per poco tempo nella sabbia che si appiccica subito alle zampe bagnate, sabbia che viene rimossa dal mare non appena lo sfiorano di nuovo, e così via, a volte in coppia (i cani) e a volte da soli. Ma qui mi fermo perché questo diventa in poco tempo sistematico. Lei mi dirà: si scordi dei cani, si sieda su una duna, si accenda una sigaretta proteggendola dal vento con le mani a coppa e pensi ad altro. Sospetto che lei abbia avuto un cane in gioventù,  questa è una tipica idea di un padrone di cane, Maestro. Coglione. Sospetto perfino che cancellerà tutti gli insulti di questa lettera prima di rileggerla. Non le rimarrà nulla da leggere, lo sa. Coglione. Ho cancellato io stesso tutto quello che viene dopo la parola Copi. Non ho ritrovato il mio linguaggio di ieri. Vado a passeggiare. Qui le persone sono disposte in maniera diversa a seconda del quartiere (un quartiere si chiama cuarto, che vuol dire anche camera da letto). Esistono quartieri nei quali non ci sono nemmeno case e che trovo più interessanti, poiché la disposizione della gente (gente: jujo in uruguaiano) è la più dinamica. Ogni persona occupa un posto in un quartiere qualsiasi della città, ma questi posti variano considerevolmente di dimensione. Per esempio, un albero può essere un posto allo stesso modo di un metro quadro di marciapiede, di due metri quadrati di marciapiede, di una piazza in un’automobile, e perfino di un cavallo intero o di una parte di questo cavallo; insomma, tutto può diventare un posto dal momento in cui loro possono attribuirgli un nome. E questo non gli costa nulla, mi creda. Non la finiscono più di inventarsi parole che gli passano per la testa. Se uno di loro mi vedesse scrivere in questo istante (per scrivere mi nascondo) potrebbe inventare una parola per nominare il mio quaderno, la mia stilografica e me stesso (dico potrebbe, ma sono sicuro che lo farebbe) e questa parola si convertirebbe automaticamente in un posto che lui occuperebbe all’istante, lasciandomi, in un certo senso, fuori. Un posto si occupa o fisicamente (nel caso che ho appena citato naturalmente non sarebbe possibile) o sentendolo. Esiste una parola per dire mi sento nel mio posto ed è precisamente il nome della città: Montevideo. A volte si trovano in situazioni del tutto ridicole; per esempio, nel caso in cui molti di loro gridano assieme Montevideo. Questo, per loro, definisce un quartiere e si vedono obbligati a spiegare il posto di ciascuno per poter delimitare immediatamente il quartiere. La maggior parte delle volte le loro discussioni non approdano a nulla (sospetto che mentano spesso, malgrado la parola mentire non esista nel loro vocabolario) (in realtà, non usano alcun verbo) dato che tutti pretendono sempre di avere un posto più grande (imponente) di quello del loro vicino, ossia, che il loro posto comprenda un maggior numero di elementi (per esempio, una pagnotta, un tavolo, una sedia e una forchetta) di un altro posto che abbia la metà della pagnotta (spesso, per di più, quella del vicino), una forchetta ritorta e un pezzetto di salsiccia (la chiamano sassassa), mentre un terzo vicino pretende che il suo posto comprenda una pagnotta, la metà della pagnotta (che già è oggetto di litigio), la forchetta, la metà di quella forchetta, un salsicciotto, dello zucchero e un giardino, tanto per dire. Una volta addirittura ho sentito uno che pretendeva che il suo posto comprendesse il mare e la terra, discut
endo con un altro che assicurava che il suo posto comprendeva tutti i mari e tutte le terre, al che il primo ribatté: papà! che in uruguaiano vuol dire (l’ho saputo tempo dopo) la terra  (comprendendo la terra e tutti i mari e tutte le terre), mentre un terzo che fino ad allora era rimasto in silenzio gridò all’improvviso: Sistema Solare! e un quarto, nello stesso istante, disse: sississi (sistema in uruguaiano). Loro hanno ritenuto evidente che era stato quest’ultimo a vincere il quartiere e gli altri sono stati costretti a trasferirsi in campagna. Colui che vince un quartiere ci rimane confinato per sempre, a meno che non riesca a scappare, il che è molto difficile. La cosa che più mi infastidisce di loro è che non hanno odore. Lambetta si sente perso. Siccome non ha nulla da fiutare, fa finta di fiutare la sabbia e si inventa odori. Veramente questo lo faceva i primi giorni, perché adesso mi sembra che non si ricordi più che cosa sia un odore, poiché non fiuta nulla e il poveretto si accontenta di quello che vede, come il pezzo di legno che va e viene nella sua bocca e nell’aria indefinitamente tra la mia mano destra e il mare. Non avrei dovuto portare con me il cane, si sente molto infelice. Avrei dovuto lasciarlo a lei, Maestro. Ci sono parecchie cose da gustare con l’olfatto nella sua casa, i suoi vecchi indumenti, le sue scoregge, il suo balcone, il legno del tavolo, il suo stesso odore, i suoi cavoli che impregnano tutto con quell’odore impertinente che distillano mentre lei prende gli ultimi appunti di una tranquilla giornata di autunno, col suo appetito che si apre sempre di più, come un cavolo, dentro il suo stomaco e con l’acquolina nella bocca chiusa. Le sarebbe stato addirittura grato, il mio povero Lambetta, se avesse potuto leccarle la mano sinistra senza impedirle di continuare a scrivere con l’altra mano. Per loro io non sono nessuno o quasi nessuno. Tra di loro accade la stessa cosa. Vivono nel terrore che qualcuno smetta di gridare Montevideo quando lo gridano, perché rischiano di ritrovarsi con un quartiere sotto il braccio, il che per loro è un disonore, poiché in quel momento chiunque potrebbe prenderli come posto, dato che li considera morti. Solamente (e questo è realmente delirante) possono essere presi interi, mai a pezzi. Se il quartiere (ossia, il morto) comprende un cane, una casetta, un giardinetto, una stoviglia e forse la morte stessa, nessuno potrà prendere la stoviglia o il giardinetto, ecc., lasciando il rimanente, deve prenderlo tutto. I posti, mano mano che la gente muore, diventano ogni volta più rari e complessi e ci sono posti (morti) che comprendono centinaia di posti (morti) e nessuno vuole prenderli a meno che non si veda davvero costretto a farlo, poiché corre il rischio di avere un quartiere e conseguentemente di essere morto (!).

 

(1) “Vide o Monte”, quindi, anche accettando una spiegazione così delirante, la città si dovrebbe chiamare Videomonte e non Montevideo.

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