Il Testo a fronte di oggi è dedicato allo scrittore argentino Vicente Battista: pubblichiamo un estratto del suo romanzo Semplicemente Gutiérrez, tradotto da Marika Marianello per Voland.
Gutiérrez a secas di Vicente BattistaAmigo Gutiérrez, está diciendo ahora Marabini y Gutiérrez sabe que cuando Marabini dice «amigo» fatalmente vendrá la crítica. El reproche, más que la crítica. Otra vez se desbandó, Gutiérrez, dice Marabini, se me ha puesto metafísico. Yo le había pedido una novela de pura acción, muchos tiros y muchas muertes. No me interesa que los personajes piensen. Sus personajes no tienen que pensar, Gutiérrez, insiste Marabini y concede que si quiere puede hacerlos pensar en las románticas. Ahí sí está bien que piensen un poco, dice, pero nunca en las de acción. Ésas son de acción, de acción, repite Marabini marcando cada letra. Gutiérrez asiente con pequeños movimientos de cabeza, pero no dice una sola palabra: está seguro de que Marabini continuará hablando. Y no se equivoca, porque ahora Marabini señala la foto de uno de los escritores célebres que cuelga de la pared. Usted lo conoce, le dice a Gutiérrez. Gutiérrez otra vez asiente moviendo la cabeza. Y lo admira. Gutiérrez no hace ningún gesto. ¿Verdad que lo admira?, pregunta Marabini. Lo admiro, reconoce Gutiérrez. Sin embargo, dice Marabini y señala la foto, así como lo ve, él también escribió para mí. Es un autor de la casa, dice Gutiérrez, hace mucho que es autor de la casa. Marabini dice que sí, que eso ya lo sabe. Pero aunque le cueste creerlo, Gutiérrez, hubo un tiempo en que el también escribió como usted. Porquerías como las que usted escribe, dice Marabini, no sé si me entiende. Gutiérrez lo entiende perfectamente. Lo entiendo, dice. No quiero que se lo tome a mal, que se ofenda, dice Marabini, pero así son las cosas. Gutiérrez está a punto de decir que de ninguna manera se ofende; que, por el contrario, le alegra que ese escritor célebre, que él tanto admira, alguna vez haya hecho lo mismo que está haciendo él. La verdad no ofende, dice Gutiérrez. Ahora se produce un silencio, que de ningún modo es incómodo. Gutiérrez busca un punto donde fijar la mirada mientras aguarda a que Marabini continúe hablando. Pero no encuentra ningún punto que lo satisfaga y Marabini ha decidido quedarse callado: tiene los ojos semicerrados, como si estuviera evocando algo. Gutiérrez más de una vez pensó en utilizar a Marabini como personaje. Necesariamente, Marabini será un personaje en la novela secreta que Gutiérrez está escribiendo, pero Gutiérrez jamás se atrevió (y dificilmente se atreva algún día) a utilizar a Marabini como personaje en las novelas que escribe por encargo. Marabini tampoco será un personaje en la novela auténtica que Gutiérrez se propone escribir. Marabini, por su aspecto fisico, estaría condenado a ser un personaje desagradable; por su aspecto interior, también. Tiene el pelo rabiosamente teñido de negro y pertenece a ese extraño tipo de hombres que aun siendo flacos parecen gordos. Marabini no lo parece: definitivamente es gordo. Acaba de cumplir cincuenta y ocho años, aunque aparenta menos edad, por el pelo teñido y porque es lampiño, de piel rosada y brillante. Tiene ojos pequeños y sin brillo, nariz chata y ancha (como la de un boxeador que ha sido castigado sin piedad) y boca de labios desparejos: el de arriba es muy fino y el de abajo muy grueso. La dentadura tal vez sea lo único rescatable: una perfecta fila de dientes blancos y deslumbrantes que, sin embargo, no alcanzan a dibujar una sonrisa decente. Esto no importa mucho, pues Marabini rara vez sonrie. Usa ropa cara y de marca famosa, pero de includable mal gusto. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer, dice Marabini y Gutiérrez no hace el menor gesto. ¿Me escucha, Gutiérrez?, pregunta Marabini. Sí, sí, lo escucho, dice Gutiérrez. ¿No estaba pensando en otra cosa?, pregunta Marabini. No, asegura Gutiérrez, no estaba pensando en otra cosa. ¿Qué le dije, Gutiérrez?, pregunta Marabini. Que usted recuerda algo como si hubiera sucedido ayer, pero no sé que es ese algo que usted recuerda, responde Gutiérrez. Marabini señala la foto del escritor célebre. Era un viernes, dice, un viernes por la tarde cuando le dije que para el lunes necesitaba una novelita de pura acción. No hay problema, me dijo, y el lunes por la mañana volvió con una historia dividida en ocho capítulos. El protagonista era un negro veterano de Vietnam. En el primer capítulo cargaba un bolso con una metralleta, dos pistolas, varias granadas y un puñal de combate, y se largaba a la calle; desde el capítulo dos al siete mataba gente a mansalva. En el capítulo ocho, una patrulla de la policía lo volteaba. Quedaba moribundo, apenas sostenido contra un poste del alumbrado. Hasta ese poste se dirigía el teniente que estaba al mando de la patrulla. El negro veterano de Vietnam y el teniente se miraban por un instante, después el teniente lo empujaba con el pie derecho. El negro caía definitivamente muerto sobre el asfalto y el teniente decía: «Ya no podrás tocarla nuevamente, Sam», y terminaba la novela. Acción es lo que quiero, Gutiérrez, acción. Gutiérrez le asegura que la segunda parte, la que está guardada en el disquete, es pura acción. Muchas muertes y casi nadie piensa, dice Gutiérrez y le alcanza el disquete. Casi nadie no, dice Marabini, nadie, Gutiérrez, nadie. Gutiérrez acepta con un gesto y quiere saber de que modo van a solucionar el problema del primer disquete. Marabini le dice que no se preocupe, que ya está solucionado. Los correctores se ocuparon de quitarle todo lo que sobraba y agregarle todo lo que faltaba. Usted nos da mucho trabajo, Gutiérrez, dice Marabini. Los correctores son otro misterio de la editorial. Nadie los conoce y nadie sabe donde están. Es norma de la empresa que los correctores y los escritores fantasmas jamás se vean cara a cara. Si por cualquier causa fortuita, un escritor fantasma reconociera a un corrector, irremedíablemente el escritor fantasma se quedaría sin trabajo. |
Semplicemente Gutiérrez traduzione di Marika MarianelloAmico Gutiérrez, sta dicendo ora Marabini, e Gutiérrez sa che quando Marabini dice “amico” fatalmente arriverà la critica. Il rimprovero, più che la critica. È andato fuori strada un’altra volta, Gutiérrez, dice Marabini, mi è diventato metafisico. Io le avevo chiesto un romanzo di pura azione, tanti spari e tanti morti. Non mi interessa che i personaggi pensino. I suoi personaggi non devono pensare, Gutiérrez, insiste Marabini e gli concede che se vuole può farli pensare in quelli rosa. Lì va bene che pensino un po’, dice, ma in quelli d’azione mai. Questi sono d’azione, d’azione, ripete Marabini scandendo ogni lettera. Gutiérrez annuisce con piccoli movimenti del capo, ma non dice una sola parola: è sicuro che Marabini continuerà a parlare. E non sbaglia, perché ora Marabini indica la foto di uno dei celebri scrittori appesa alla parete. Lei lo conosce, dice a Gutiérrez. Gutiérrez annuisce un’altra volta con il capo. E lo ammira. Gutiérrez non batte ciglio. Vero che lo ammira? domanda Marabini. Lo ammiro, riconosce Gutiérrez. Eppure, dice Marabini indicando la foto, così come lo vede, anche lui ha scritto per me. È un autore della casa editrice, dice Gutiérrez, è da molto tempo che scrive per la casa editrice. Marabini dice di sì, questo lo sa già. Tuttavia, sebbene stenti a crederlo, Gutiérrez, ci fu un tempo in cui anche lui scrisse come lei. Porcherie come quelle che scrive lei, dice Marabini, non so se mi capisce. Gutiérrez lo capisce perfettamente. Lo capisco, dice. Non voglio che se la prenda a male, non si offenda, dice Marabini, ma così stanno le cose. Gutiérrez è sul punto di dire che non si offende affatto; al contrario, lo rallegra sapere che quel celebre scrittore da lui tanto ammirato una volta fosse un ghost-writer. La verità non offende, dice Gutiérrez. Scende ora un silenzio per nulla imbarazzante. Gutiérrez cerca un punto su cui fissare lo sguardo mentre attende che Marabini continui a parlare. Non trova però nessun punto che lo soddisfi e Marabini ha deciso di restarsene zitto: ha gli occhi semichiusi, come se stesse evocando qualcosa. Gutiérrez ha pensato più volte di usare Marabini come personaggio. Marabini sarà necessariamente un personaggio del romanzo segreto che Gutiérrez sta scrivendo, però Gutiérrez non ha mai osato (e difficilmente oserà un giorno) utilizzarlo come personaggio nei romanzi che scrive su commissione. Marabini non sarà un personaggio nemmeno del romanzo autentico che Gutiérrez si propone di scrivere. Marabini, per il suo aspetto fisico, sarebbe condannato a essere un personaggio sgradevole; per il suo aspetto caratteriale, anche. Ha i capelli rabbiosamente tinti di nero e appartiene a quella strana categoria di uomini che pur essendo magri sembrano grassi. Marabini non lo sembra: è decisamente grasso. Ha appena compiuto cinquantotto anni, sebbene ne dimostri meno, per via dei capelli tinti e perché è imberbe, la pelle rosa e lucida. Ha gli occhi piccoli e senza luccichio, il naso piatto e largo (come quello di un pugile castigato senza pietà) e la bocca dalle labbra disuguali: il superiore molto sottile e l’inferiore molto grosso. La dentatura è forse l’unica cosa salvabile: una perfetta fila di denti bianchi e splendenti che, tuttavia, non riescono a disegnare un sorriso decente. Non che importi molto, Marabini raramente sorride. Indossa vestiti costosi e di marca, ma di indubbio cattivo gusto. Me lo ricordo come se fosse successo ieri, dice Marabini e Gutiérrez non batte ciglio. Mi ascolta, Gutiérrez? domanda Marabini. Sì, sì, l’ascolto, dice Gutiérrez. Non stava pensando ad altro? domanda Marabini. No, assicura Gutiérrez, non stavo pensando ad altro. Cosa le ho detto, Gutiérrez? domanda Marabini. Che ricorda qualcosa come se fosse successo ieri, però non so cosa, risponde Gutiérrez. Marabini indica la foto del celebre scrittore. Era un venerdì, dice, un venerdì pomeriggio quando gli dissi che mi serviva un romanzetto di pura azione per il lunedì dopo. Non c’è problema, mi disse, e il lunedì mattina tornò con una storia divisa in otto capitoli. Il protagonista era un negro veterano del Vietnam. Nel primo capitolo aveva una borsa con una mitragliatrice, due pistole, varie granate e un pugnale da combattimento, e scendeva in strada; dal secondo capitolo al settimo uccideva persone a più non posso. Nell’ottavo capitolo, una pattuglia di polizia lo abbatteva. Era moribondo, a malapena si sorreggeva a un lampione della luce. Verso quel lampione si dirigeva il tenente al comando della pattuglia. Il negro veterano del Vietnam e il tenente si guardavano per un istante, dopodiché il tenente lo spingeva con il piede destro. Il negro cadeva definitivamente morto sull’asfalto e il tenente diceva: «Non potrai più toccarla, Sam» e il romanzo terminava. Azione è ciò che voglio, Gutiérrez, azione. Gutiérrez gli assicura che la seconda parte, quella salvata nel dischetto, è pura azione. Tanti morti e quasi nessuno pensa, dice Gutiérrez, e gli porge il dischetto. Quasi nessuno no, dice Marabini, nessuno, Gutiérrez, nessuno. Gutiérrez accetta con un cenno e vuole sapere come risolveranno il problema del primo dischetto. Marabini gli dice di non preoccuparsi, è già risolto. I correttori si sono occupati di togliere tutto quello che avanzava e di aggiungere tutto quello che mancava. Lei ci dà molto lavoro, Gutiérrez, dice Marabini. I correttori sono un altro mistero della casa editrice. Nessuno li conosce e nessuno sa dove siano. È norma dell’azienda che i correttori e i ghost-writer non si incontrino mai. Se per un motivo fortuito un ghost-writer riconoscesse un correttore, il ghost-writer perderebbe irrimediabilmente il lavoro.
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